Cuando se piensa en la nube, la primera imagen que se viene a la cabeza es la de un elemento blanco, limpio y etéreo, pero nada más lejos de la realidad: el llamado cloud es un conjunto de servidores conectados entre sí y que requieren un gran consumo eléctrico. “Realmente los datos no están en una nube, sino en un espacio físico que requiere de refrigeración. Este es el error que se comete, obviar que la digitalización es un gasto de agua y de tierra”, apunta la profesora de sostenibilidad de OBS Business School May López. En términos generales, el uso global de internet podría implicar 2,6 billones de litros de agua al año.
Pero hay más. “Los emails son el mejor ejemplo: al ser digital parecen irrelevantes, pero un solo correo electrónico es responsable de que se emitan 10 gramos de CO2 al año, lo que contamina lo mismo que una bolsa de plástico”, expone el cofundador de Fox Intelligence Louis Balladur. A ello se suma que una hora de videoconferencia con cámara y compartiendo documentos en alta calidad emite hasta un kilo de CO2 o que cada búsqueda en Google tiene una repercusión de 0,2 gramos de CO2, según el propio buscador. Son acciones que se realizan de manera rutinaria, casi inconscientemente, pero que tienen un impacto en el medioambiente. “Deberíamos ser conscientes de que cada gesto, ya sea en el mundo digital o el analógico, implica un consumo de energía que no siempre es sostenible. Tenemos que pensar que cada clic emite gases de efecto invernadero”, comenta la responsable de energía ciudadana y transición energética de Greenpeace, María Prado.
Durante la pandemia parte de la vida y del trabajo se trasladó al mundo online y, como consecuencia de ello, la frecuencia con la que se llevaron a cabo estas acciones se disparó. “Con el teletrabajo y los confinamientos, los volúmenes de datos en línea han aumentado significativamente. En horario laboral creció el volumen de emails y videollamadas; y fuera del horario laboral, el streaming se disparó también”, expone Louis Balladur. Mientras que en Europa el 33% de las personas realizaban videollamadas en 2018, este porcentaje alcanzó el 78% en 2020.
Pero conviene poner los datos en perspectiva. “Las videoconferencias ahorran emisiones si se compara con el impacto de la gente desplazándose”, apunta la profesora de OBS Business School. Una idea que comparte José Cantera, socio de transformación digital de Kearney: “Las herramientas de comunicación que usamos en el mundo de la empresa consumen electricidad, pero también están procurando ahorro en otras acciones, como en los desplazamientos. Históricamente, la tecnología siempre genera un impacto ambiental pero reduce otro”.
Es por esto que, para López, la clave no está en no usar este tipo de instrumentos, sino en analizar para qué se están usando. Un debate que plantea es el auge de los dispositivos conectados y el internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), así como de las criptomonedas. “Han llegado para quedarse, pero contaminan más que las tradicionales”, expone López. En concreto, el bitcoin consume más electricidad que Finlandia, Suiza o Argentina, según un informe del Centro de Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge.
“El problema es el uso incorrecto que estamos haciendo hoy en día de ello. La digitalización es necesaria, pero no somos conscientes de cómo ejecutarla bien. No lo hacemos de una manera eficiente”, continúa. La experta aboga por educar para hacer un mejor uso de esas herramientas en lugar de criminalizarlas por completo: “Que empecemos a ver que la nube también es física”. Una visión que comparte Prado, quien recuerda que la contaminación del aire se cobra 45.000 muertes en España cada año y llama a utilizar energías renovables para estos centros de datos. Greenpeace publicó en 2017 el informe Clicking Clean, que pone nota a las empresas en este sentido. Apple lidera la clasificación, pues el 83% de la energía que utiliza es limpia, mientras que en compañías como HBO o Netflix, este porcentaje se quedaba en el 22% y el 17%, respectivamente.
Para reducir el impacto a nivel individual, López recomienda elegir televisiones normales sobre las conectadas, enviar archivos mediante un enlace en lugar de ficheros y reducir el uso de la cámara en las llamadas. “Con frecuencia, hay dos hablando y 15 mirando, estas personas podrían apagar la cámara y la intervención no perdería calidad”, resume. También Balladur introduce consejos como favorecer los sistemas de mensajería interna sobre los emails, eliminar los correos regularmente (en lugar de almacenarlos hasta el infinito) y utilizar USBs o discos duros para compartir documentación.